Debe de ser verdad el dicho ese de que la política está por los suelos; por eso Aznar y Rajoy se agachan para buscarla. El Partido Popular ha organizado un congreso a la americana y lo ha llamado 'convención', que suena sin duda a algo traído de allá. América (la del Norte) tira mucho y en el PP la imitan en los fondos y en las formas. En los fondos, con ese curioso sistema consistente en hacer creer a los demás que la terquedad y el empecinamiento tienen algo que ver con la inteligencia. Se muestran seguros de sí mismos, férreos en la 'línea dura' reclamada a voz en grito por Acebes y Zaplana, compactos como un bloque de piedra, y así consiguen que su inflexible porfía, heredada del padre Aznar, se confunda con la coherencia. Toman también del estilo norteamericano la manía de negar lo evidente, convencidos de que una mentira repetida con entusiasmo puede pasar perfectamente por verdad. Al fin, llegaremos a creer que en su etapa en el Gobierno nunca hubo conversaciones con ETA, tan cierto como que en Irak había armas de destrucción masiva. En cuanto a las formas, altos cargos del partido, interesados en darle un aire espectacular a la reunión, se dedicaron a viajar por Estados Unidos para copiar lo último en diseño de congresos. Concluida la gira, consiguieron traer unas cuantas novedades: por ejemplo, la figura del presentador, que anunciaba a los congresistas como si estuvieran en una gala. También unas cabinas donde se impartían lecciones de telegenia a los asistentes de provincias, considerados un tanto paletos y poco duchos en eso del cultivo de la imagen. Y lo más yanki de todo: la extraña costumbre de sentarse 'informal'
Mira que estaban simpáticos Aznar y Rajoy, penosamente espatarrados en el suelo del recinto ferial, riéndose a mandíbula batiente (¿de qué se reirían, por cierto?). Al principio pensé que igual se habían caído, que en esos sitios enceran mucho el piso, pero esa primera impresión se desvaneció cuando me fijé en sus carcajadas. Normalmente, cuando uno se cae los que se ríen son los otros. No, aquella trabajosa postura era intencionada. Y ellos tan felices, como niños boquiabiertos ante una función de circo. ¡Qué espontaneidad! Yo habría dado algo bueno por verles luego ponerse en pie. A esas edades sentarse en el suelo todavía puede resultar más o menos fácil y no demasiado fatigoso, pero a la hora de levantarse es imposible componer una estampa medianamente digna sin que se descoyunte media docena de articulaciones. Me los imagino braceando o apoyándose con las manos, en cuclillas, mientras intentaban recuperar la vertical, renegando interiormente de la maldita hora en la que se les ocurrió prescindir de la butaca. Todo un espectáculo. Claro que Aznar ya tiene cierta experiencia en eso de sentarse raro. Ya ven, se empieza poniendo los pies sobre la mesa y se termina por los suelos
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